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Siempre te has considerado un degenerado pero no hasta el punto de enrollarte con la abuelita Paz; una lástima no haberla conocido unas décadas atrás. Tras sus innumerables arrugas se esconden destellos de una belleza ya añeja.


Gracias a la poca gravedad y a que has caído en un campo de gomaespuma, apenas te haces un rasguño. Ves desaparecer el coche tras una colina. Sin conductor, esperas ver como explota, como ocurre en las películas, pero a medida que pasan los minutos y ninguna nube con forma de hongo rompe la monotonía del cielo, vas pensando que igual la vieja se ha hecho con el control del vehículo y se dirige en tu búsqueda. Consigues llegar al pueblo al borde de la extenuación. Agotado y deshidratado, abres la puerta de la primera casa que encuentras en busca de ayuda, entras al salón y allí, vestida con un mono de cuero negro y restallando un largo latigo esta ella: Agnes.


FIN