Sale cara. Pitt tendría que haberte dicho que el que ganaba entraría, así el chasco no hubiera sido tan grande. Con el valor que solo puede infundir el sentir en la espalda las miras telescópicas de varios rifles de plasma, te adentras en la roca. En la sala de mármol te espera la sirena. Antes con las prisas no te habías fijado en lo bella que es: tiene una bonita cola de escamas verdes, una tupida cabellera roja como el fuego y unos ojos que parecen esculpidos en jade. Sonríe cuando se percata de tu presencia.
- Eres tú otra vez, el pulpo. Jijiji - su armoniosa voz te hipnotiza.
- Hola, pechos de azúcar.
Algo ha salido mal, porque en un segundo ha pasado de ser una bella pescadilla a un sanguinario tiburón blanco. Te miras el paquete, está igual que siempre así que eso no ha podido ser. Quizá tienes mal aliento.
No ves venir el coletazo que golpea tu entrepierna y hace que te dobles como un soldado de plomo en un horno. No es más que el inicio de la dolorosa paliza que te va a propinar.
- No te habrá molestado que te llame pechos de azúcar, ¿verdad? - uno de sus innumerables puñetazos te ha hecho ver la luz.
- ¿A quién se le ocurre decirle eso a una chica? - desde luego sabe hablar y pegar a la vez.
- Verás, es que en mi planeta es costumbre saludar así a nuestras hembras. Sus aureolas están edulcoradas y tras el saludo procedemos a lamerlas.
- ¿Ah sí? - cesa de golpearte y te mira con cara de desconcierto - ¿Y cómo lo hacéis exactamente?
- ¿Puedo? - preguntas timidamente al tiempo que señalas su pecho. Ella asiente y con extremo cuidado aprisionas sus pechos con tus manos y los juntas para tenerlos bien cerca uno de otro. Empiezas a lamer suavemente sus aureolas, intercambiando pequeños mordiscos y lametones a sus pezones. Parece que le gusta pues cierra los ojos y baja la guardia.
Tu no los ves, pero el grupo de piratas aprovecha la situación para robar la perla y huir.
Durante varios minutos, continúas saboreando los abundantes senos de la sirena, hasta que ella te pregunta si has hecho alguna vez el amor con una sirena. La pregunta te deja desconcertado, pensando en los problemas técnicos de acoplamiento, pero no hace falta que respondas pues mientras, ella se ha percatado de que la perla ha desaparecido y lanza un grito de rabia que hace temblar las paredes. Asustado, huyes por el túnel. Al salir no hay ni rastro de los piratas. Una vez en la superficie, compruebas que la nave no está.
Estás tan ocupado insultando a los piratas que no te has percatado de la llegada de Iker.
- Tienes que olvidarlos, hermano. Se han ido. Te han abandonado aquí, pero no sufras, puedes quedarte conmigo. ¿Sabías que tengo un programa de radio? Necesito un nuevo guionista, ¿te interesa?