Como si alguien te hubiera insuflado ese nombre, eliges "Cucurrucucú Paloma". Más allá de los confines del universo, un ser calvo con pajarita que os ve a través de un monitor sonríe y le comenta a su compañero:
- ¡Qué jugón, Daimiel!
A Torito Guapo, por el contrario, no parece agradarle, así que os dice que sigais las señales de humo que se adentran en la reserva y vuelve a su garita para continuar viendo "Santa Bárbara".
No tardáis en llegar al casino de la reserva: "El Cherokee Afortunado". Entráis en busca de alguna pista, pero al pasar junto a una mesa donde se juega al Bacarrá, un participante tiene la pésima idea de comparar una mala jugada con cierta serie sobre un ranger de Texas. Rezas para que Chuk no lo haya escuchado, pero él lo escucha todo y cuando su cabeza gira 180º en busca de su objetivo, sabes que es el momento de salir por patas.
Bien parapetado tras un totem a varios metros del edificio, ves cómo este salta por los aires, dejando tras de sí un amasijo de escombros y una gran nube de humo que cuando es disuelta por el viento, deja entrever la figura del Ranger Morris en medio de la devastación.
Casi al instante te llega el sonido de un monton de tambores siendo aporreados furiosamente.
- ¡Son los indios! - grita Chuk - Creo que se han enfadado. Rápido, a los caballos, los protege el sindicato, no puedo ponerles las manos encima.
Montáis sobre vuestros caballos y huís del sonido de los tambores. Tras descartar enconderos en un cementerio indio, en un pueblo fantasma indio y en el Taj Mahal, os topáis con una montaña india en el que se aprecian signos de vida no-indios: decenas de cajas de preservativos esparcidos por los alrededores.
Apremiados por los aullidos de los furiosos nativos-klamtianos que os persiguen, entráis en la montaña por una inmensa abertura en su base. Por dentro, está totalmente hueca, en su interior reposan los restos de una antigua ciudad cuya arquitectura os es desconocida. En la avenida principal que divide la ciudad en dos, encontráis un extraño vehículo en cuyo lateral izquierdo se puede leer: R5. A pocos metros os topáis, mejor dicho, tropiezas con el cuerpo sin vida de Zipple. Chuk analiza el cuerpo: la causa de su muerte es desconocida, quizá si conservara la cabeza podríais averiguar cómo murió, aunque algo te dice que el propietario del rugido que acabas de escuchar a tu espalda ha sido el causante. Efectivamente, al girarte ves la pequeña cabeza de Zipple colgando de la boca sanguinolenta de una criatura que jamás habías visto: una inmensa bola peluda cuya boca alberga dos hileras de afilados colmillos.
De inmediato, Chuk empieza a pelear con ella, las patadas giratorias no parecen surtir efecto en el peludo ser, que recibe cada golpe como si fueran caricias. A duras penas Chuk esquiva las dentelladas del animal y los zarpazos con los que intenta arrancarle algún miembro.
Solo hay una única posibilidad de salir vivo del encuentro, te dice que huyas del lugar, cosa que haces en el R5 tras cargarlo de los objetos que te parecen más valiosos, dejando al Ranger Morris abandonado a su suerte.
Los dos, monstruo y Ranger, se estudian cuidadosamente, uno frente a otro.
- Ha llegado tu hora sucio monstruo del averno, nadie resiste una patada voladora de Chuk Morris y continúa con vida.
En el momento en que arrollas a un puñado de indios que os esperaban apostados en la entrada de la montaña (sagrada para ellos), Chuk utiliza su arma secreta: se quita el sombrero de cowboy, bajo el cual se esconde un cañón de neutrinos con el que dispara al extraño ser.
Todo en un radio de dos kilómetros alrededor de la montaña se hunde en la tierra, creándose un abismal agujero cuyo fondo es imposible vislumbrar.
Vuelves a la ciudad. Hasta allí han llegado los ecos de la explosión. Todos piensan que has derrotado al legendario Ranger Morris y como tal eres recibido como un héroe, siendo respetado donde quiera que vayas, incluso te invitan a birras en todos los bares.
En el mismo lugar más alla de los confines del universo, el mismo calvo con pajarita vuelve a sonreir y antes de apagar el monitor no le queda más que decir:
- La vida puede ser maravillosa, Salinas.